—Gracias por venir a estas horas inspector Sierra — Le
recibió una mujer nada más cruzar el umbral del pequeño piso. Se trataba de la
matriarca de la familia. Le calculó unos cuarenta años, vestía una blusa blanca
de manga larga y una falda negra y zapatos sin tacón, cubría sus hombros con
una gruesa toquilla de lana gris y escondía un arrugado pañuelo en el puño
derecho. Sus ojeras delataban una noche en vela y los ojos hinchados un llanto
contenido a duras penas. No era necesario ser muy perspicaz para comprender su
desconsuelo. Mesaba su abundante y negro cabello con nerviosismo, el paso de
los años y las penurias no habían conseguido menguar su belleza y se intuía en
sus ojos una fuerza propia de las mujeres que saben que no hay límites cuando
se trata de proteger a los suyos. — ¿Puedo ofrecerles algo de beber?
El hombre negó con la cabeza, apenado. No importaban los
años que llevase como policía o las desdichas vividas en el campo de batalla,
jamás podría acostumbrarse y resultar impasible ante aquellas escenas de
amargura. Una lágrima amenazaba con surcar el rostro de la mujer, de
nombre Mercedes, quien se esforzaba por mantener la compostura a toda costa. Su
marido se encontraba sentado en un sillón al fondo de la estancia. Ni siquiera
se había despojado de las vestiduras de faenar, solo las mojadas botas yacían
en un rincón. Lloraba tapándose la cara con las manos, solo se oían en la
habitación sus hipidos mientras su otra hija, también desolada, le daba
palmaditas en el hombro.
—Mi marido fue quien la encontró — explicó Mercedes —. Es
pescador. Les relatará lo ocurrido en cuanto logre calmarse un poco. Ha sido
muy duro para todos, pero él se ha llevado la peor parte. — El inspector
asintió con comprensión y pidió permiso, mas por cortesía que por obligación,
para visitar el cuarto de la desaparecida mientras su padre se sobreponía.
Abrieron con solemnidad la puerta de la habitación de la
joven. No encontraron nada extraño en aquella diminuta estancia, cuyo
mobiliario se reducía a una cama, una mesa y un armario. Todo estaba tal cual
ella lo había dejado Quizá un poco más ordenado que de costumbre. Probablemente
se atribuyera a que, según Mercedes, los lunes solía ser día de limpieza en
aquella casa. Cientos de libros y papeles se apilaban ordenadamente en la mesa
y en montones repartidos por el suelo. Había manchas de tinta recientes sobre
el pequeño escritorio. En el desgastado armario todos los vestidos estaban
cuidadosamente colgados y nada parecía indicar que aquella chica no volvería
nunca. El sol del amanecer entraba por la ventana de la habitación iluminando
la escena donde los dos hombres buscaban alguna prueba, alguna pista,
algo que les indicase si estaban ante un verdadero crimen o un desgraciado
accidente.
Luisa, ese era nombre de la desaparecida, era una chica
joven y alegre, muy querida en los alrededores. Había comenzado a trabajar
recientemente como ayudante en la escuela y compaginaba su tarea con su
reciente y novedosa carrera como escritora, pues hacía poco más de un año que
su primer libro había sido publicado. Aquello último sorprendió al hombre. No
muchas mujeres tenían la iniciativa y mucho menos el valor de iniciar proyectos
laborales en solitario sobre todo si no contaban con el respaldo de un marido y
Luisa no estaba casada. Estaba claro que aquella chica no era común.
—No encuentro nada anormal en su cuarto — dijo después de
hacer un análisis exhaustivo a la estancia. Meditó sobre estas últimas palabras
pensando que ya de por sí era bastante extraño que la habitación de una chica
de aquella época estuviera tan llena de libros y escritos, pero no lo comentó.
—Nuestra hija no es, no era — se corrigió Mercedes con
amargura — como las demás jovencitas, como puede observar. Ella tenía otras…
inquietudes — suspiró.
— ¿Echan algo en falta?
—En absoluto, todo está igual que siempre, tal cual ella lo
dejó antes de salir de casa ayer por la tarde. — Gonzalo le acercó un retrato
de la joven. Guardaba un gran parecido a su madre.
— ¿Habían tenido algún tipo de discusión antes de que Luisa
abandonara ayer la casa? — preguntó Sierra volviendo al salón y observando que
el padre parecía algo más sosegado.
— No, ninguna. Era muy feliz aquí — respondió el pescador
intentando contener un sollozo —. No entiendo qué ha podido suceder.
El inspector suspiró — ¿Cree que se siente con fuerzas para
contarnos qué fue lo que usted vio?
José, que así se llamaba, se sonó la nariz y comenzó su
relato: — Mis compañeros y yo habíamos salido en nuestro pesquero, como cada
atardecer a echar las redes, cuando vimos que algo flotaba a unos cuantos
metros del barco. Al principio pensamos que sería algún tipo de pez perdido y
muerto. Esas cosas a veces ocurren. — Tomó aire antes de continuar — Hasta que
uno de mis compañeros aseguró que se trataba de un cuerpo humano.
— ¿Intentaron rescatarlo?
— Por supuesto. Hicimos todo lo posible — respondió el
cabeza de familia — Pero la mar estaba demasiado revuelta y el oleaje no hacía
más que alejar el cadáver de nuestra embarcación. Lanzamos las redes en varias
ocasiones pero fue en vano. Contábamos con un par de buenos nadadores…
— Pero era demasiado arriesgado dadas las circunstancias —
continuó el inspector Sierra —. Lo comprendo —. Observó cómo Mercedes abrazaba
a su esposo, destrozado por haber sido testigo del duro final de su joven hija,
y acariciaba sus finos cabellos plateados. — ¿Cómo reconoció a su primogénita?
— Solamente porque llevaba aquel vestido de lunares que
tanto le gustaba — miró a su esposa con gravedad —, era de color azul fuerte y,
aunque era noche cerrada y las luces de nuestro barco son bastante pobres, fue
fácil de distinguir.
— A pesar de la distancia y las condiciones ¿Podría darnos
algún dato relevante sobre el cadáver? Lamento tener que hacerle estas
preguntas, pero es mi trabajo. — Y aquella era una de las peores partes.
El hombre volvió a tomar aire con pesadez, cada palabra
debía de suponerle un enorme esfuerzo — Estaba lleno de cardenales. Parecía
haberse despeñado por el acantilado — gimió —, pero no entiendo cómo pudo
llegar ahí ni por qué. No sé qué podría llevar a mi hija a estar fuera de casa a
esas horas de la noche.
— ¿Cómo pudo sucederle algo tan horrible a mi hermana? — Se
lamentó Andrea. Su marido, que hasta entonces había estado discretamente en la
cocina, la abrazó o más bien la estrujó con sus enormes brazos mientras
rebuscaba un pañuelo en el bolsillo. El inspector reparó en ellos por primera
vez. Andrea compartía el mismo pelo negro que su madre y hermana y era,
probablemente, más bella que Luisa pero después de haber visto el retrato de la
desaparecida, comprobó que no tenía en los ojos la astucia de su hermana ni la
fuerza de su madre. Vestía un liviano traje de color verde pálido y un collar
de falsas perlas. Sencilla pero elegante comparada con el resto de sus
familiares. Probablemente se había arreglado un buen matrimonio con el grandullón
con cara de pocas luces que permanecía a su lado sin mediar palabra.
— Aún no lo sé, pero les prometo que haremos lo posible por
averiguarlo — respondió el inspector pensando para sí que les esperaba una
larga tarea y que, marchaba de aquel domicilio sin pistas concluyentes pero con
muchos datos que analizar.
La primera parte me enganchó y la segunda no me ha decepcionado. Empiezan a surgir los interrogantes y ya sospecho de todo el mundo. Voy a por la tercera.
ResponderEliminarEspero que la tercera te guste tanto como las otras dos!! :D
ResponderEliminarSeguiran aparciendo interrogantes...
Muchas gracias por leer!!
Me uno! Con mucho retraso pero ya estoy enganchada totalmente. Intentaré leer uno al día. ;)
ResponderEliminarGenial!!! Encantada de tenerte por aquí:D
EliminarTe invito a que vayas comentando tus teorías a medida que avanza la historia!!
Hay un capítulo nuevo cada lunes ^^