Salió de los grises edificios de oficinas
aquella mañana del año treinta y nueve y se dirigió al centro. Esperaba
encontrar a la chica y darle una sorpresa. Llevaba consigo el libro que le
había comprado. Lo primero que se le ocurrió fue visitar la tienda de Doña
Leonor.
— ¿Desea algo caballero? — preguntó una mujer horonda y
con pelo de color azabache recogido en
un moño. Aquella sin duda, debía ser la dueña.
—Busco a Luisa Suárez. ¿Está aquí?
—Un momento — respondió con mala cara al percatarse de que
probablemente no hubiera entrado en la tienda para comprar nada. Abrió una
cortinilla que daba al pequeño taller donde Juan pudo ver varias chicas
sentadas en círculo realizando sus labores. Entonces Luisa salió poniendo una
enorme sonrisa al verle.
— ¿Qué haces aquí?
—Acabo de llegar y te he traído una cosa.
Doña Leonor miró a ambos jóvenes con desdén. — Será mejor
que éste joven no te entretenga Luisa, todavía tienes mucho trabajo que hacer.
La chica suspiró — ¿Por qué no vienes a buscarme a la
salida?
Tres horas más
tarde se hallaban sentados en un pequeño parque cercano. Parecía que los meses
de invierno no hubieran pasado para ellos. Luisa sujetaba el libro de Dickens
en el regazo emocionada por aquel inesperado regalo. Aquel era el primer libro
de su propiedad. Juan la miraba de vez en cuando de reojo sorprendido por lo
que había cambiado en todas aquellas semanas. Suponía que las horas de trabajo
y estudio habían hecho mella en ella. Ya
no era la cría que corría de un lado a otro y con la que discutía cada dos por
tres. La chica siempre había tenido las ideas muy claras pero, una vez más, le
dejaba impresionado con la frialdad con la que hablaba sobre su futuro.
— ¡Tienes que enseñarme tu novela! — había dicho Juan.
— Después subo a casa y te lo doy, pero ahora quiero
disfrutar de la compañía de mi amigo. — Rodeó el brazo del chico con el suyo y
apoyó la cabeza sobre su hombro. De haberlos visto, cualquiera hubiera pensado
que de dos enamorados se trataba, por suerte, pensó Juan con tristeza, nadie
solía pasar por allí. Ambos podrían verse comprometidos si comenzasen los
murmullos en el pueblo, sobretodo la chica. — No estoy segura de si mi relato
te gustará
— ¿Por qué?
—Ya lo verás.
— ¿Y tienes pensado publicarlo?
—No quiero hacerme ilusiones. — respondió encogiéndose de hombros. —
Además, no tengo medios para hacerlo. Soy una mujer ¿Recuerdas?
—Es cierto. Pero eso no tiene por qué ser un problema,
podrías usar mi nombre. — dijo Juan emocionado.
Luisa se rió — ¿Tu nombre? Eso sí que podría traernos un
disgusto. ¡Comprometería tu futuro!
— ¿Publicar una historia de piratas podría poner en peligro
mi amada carrera? – respondió con retintín.
—No es de piratas precisamente… deberías de leerlo antes de
ofrecerme tu nombre. Y, por otro lado, piénsalo, es muy injusto que no pueda
usar el mío propio.
—Eso no te lo puedo negar.
Aquella noche Juan
empezó a leer la novela de Luisa. En cuanto llegó a la página veinte, se dio
cuenta de que ya estaba totalmente enganchado a la historia. Nunca había visto
nada parecido. Le parecía terriblemente real. Era envolvente, era fría y
muy dulce. Era exactamente igual que su
autora. Estuvo despierto hasta altas horas de la madrugada, hasta que la acabó
y, agotado, se quedó dormido. Soñó toda la noche con ella, con sus personajes y
sobre todo con un final que le había impactado.
De lo que no cabía
duda era que aquella narración que debería ver la luz iba a dar mucho de qué
hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario