A la mañana
siguiente, la claridad invadía la habitación. Un rayo de sol despertó a Juan de
su sueño. Se tapó la cabeza con la sábana intentado vislumbrar de nuevo las
imágenes y fascinantes historias que le habían acompañado durante la noche. Le
resultó imposible volver a dormirse. Recordó la narración escrita por Luisa y
su primer pensamiento fue que aquello tenía que ser publicado y llevar el
nombre de la chica en la portada, con letras bien grandes, tal vez en color
dorado y con un aspecto llamativo, fantaseó. Ella no merecía menos. La obra era
de tal calibre que sería una falta de respeto hacia su creadora que llevase una
firma que no fuera la suya. Por otra parte era consciente de que su argumento
podría levantar una fuerte polémica que tal vez pudiese comprometer a ambos.
Calibró durante un instante los riesgos y, sonriendo, decidió que había que
darle algo de emoción a la vida, aunque primero, deberían contar con un buen
asesoramiento.
Aquel verano de 1943
los tíos Miguel y Pilar habían ido a pasar una temporada con sus parientes.
Pilar era la hermana de Fernando. Se alojaban en la enorme casa de la familia
Villanueva y todos estaban encantados de tenerlos por allí. Eran un matrimonio
afable y que solía estar de buen humor, muy distinto a sus cuñados. Por eso
Juan y Cecilia siempre estaban encantados con sus visitas.
Pilar era una mujer
joven, muy culta y que había viajado a lo largo y ancho del globo, acompañada
por su marido, quien la trataba como a un igual. Juntos se hacían cargo de sus
negocios y probablemente aquel era el secreto a voces de su éxito, admirado y
rechazado a partes iguales. Cecilia adoraba a su tía. Además de traerle siempre
cientos de vestidos y complementos de sus viajes, cosa que a toda chica que se
precie le encanta, adoraba sus discusiones y coloquios. Ese verano la mujer le
había prometido que intentaría hablar con su padre acerca de la posibilidad de
dejarle estudiar.
—Muchísimas gracias tía, no sabes lo feliz que me haces – le
decía la joven entusiasmada.
—Hablaré con él Cecilia, pero sabes que la decisión última
es suya. Aunque quizá tu tío Miguel pueda colaborar un poco — rió.
—Ojalá lo logréis. Poder estar a la cabeza de Metales
Villanueva es lo que más quiero en el mundo. Trabajaría muy duro por el bien de
la empresa. No entiendo por qué mi padre no me ve capaz. Piensa que soy débil y
yo siento que estoy mucho más capacitada que el blandengue de mi hermano.
— Tu hermano no es un blandengue — dijo Pilar risueña —,
simplemente no quiere las mismas cosas que tú.
Es muy fuerte a su manera. Sigue soportando las órdenes de vuestro padre
por el bien de la familia y no ha podido estudiar medicina, que es lo que realmente
él hubiera querido. Has de entender que eso le duele y le desgasta mucho más de
lo que puedas imaginar.
—La verdad, no sé cuánto tiempo va a aguantar así.
— ¿Por qué lo dices?
— Creo que está muy influenciado por su amiga — dijo
poniendo especial énfasis en esta última palabra — Luisa Suárez.
— ¿Te refieres a esa niña que conoció cuando tenían doce
años?
—Ahora ya no es una niña y, creo que es bastante lista.
—Me encantará conocerla, entonces. Así podré formar mi
propia opinión sobre ella — murmuró.
El tío Miguel
estaba sentado en una butaca de mimbre leyendo el periódico en la terraza de la
casa, cuando vio a su sobrino aparecer y sentarse junto a él.
—Tío, necesito tu ayuda.
El hombre cerró el periódico y le miró atentamente a través
de sus gafas — Tú dirás.
— ¿Sigues teniendo negocios con aquella editorial…?
— ¿“Palabras encadenadas”?
—Sí, esa.
—Sí, de vez en cuando hacemos algunas colaboraciones. Les he
conseguido una serie de empleados bastante competentes y guardo muy buena
relación con el editor. ¿Por qué lo preguntas?
— Tengo una amiga. Ha escrito una novela fantástica pero por
sus propios medios no puede publicarla. Le he ofrecido sacarla a la luz con mi
propio nombre, pero creo que no le haría ninguna gracia a mi padre y todos
podríamos salir muy perjudicados.
— ¿Una amiga? Tendría que leer esa novela. Querido Juan, no
dejes que el amor te ciegue.
El chico suspiró algo sonrojado. — Soy objetivo. He leído
cientos de cosas e incluso más escritos de ella y ninguno se compara a esto.
—Haremos una cosa. Déjame echarle un vistazo y te daré mi
opinión.
Juan pasó el resto
de la tarde y parte el día siguiente observando satisfecho como su tío parecía
devorar la novela con las mismas ansias que lo había hecho él la noche antes.
No era un libro especialmente grueso y el hombre a falta de una, lo repasó dos
veces.
— ¿Y bien? — preguntó el chico impaciente.
—Es fantástica. Perfecta. Sólo habría que corregir alguna
que otra errata.
—Entonces ¿Crees que tenemos posibilidades de publicarla?
—Ese es un tema diferente. Me gustaría conocer a tu amiga.
Deberías invitarla a comer este domingo.
— ¿A nuestra casa? ¿Con mi padre? Ni hablar. Él la
humillaría.
—Los comentarios ofensivos de tu padre en una pequeña
reunión familiar, sería lo menor que tenga que soportar. Esa chica ha de ser
fuerte si lo que realmente quiere es dedicarse a escribir.
— ¿Fuerte? ¡Ha sobrevivido a una guerra!
—Pues ahora deberá empezar otra. La suya propia.
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