— Hazla pasar Gonzalo, por favor — dichas estas palabras apareció por la
puerta una joven de deslumbrante belleza. Cecilia Villanueva se hallaba delante
de él con el aire de superioridad y cierta arrogancia, que le caracterizaba
pese a su juventud. La había visto la tarde anterior en el despacho de su
hermano, pero allí, en medio de su rústica oficina parecía un ser totalmente
fuera de lugar. A pesar de todo no parecía sentirse en absoluto incómoda, más
bien era el propio inspector quien estaba un poco abochornado por el desorden y
el olor a cerrado con el que la recibía. Apartó un montón de papeles de una
silla y la invitó a sentarse.
— ¿A qué debo su visita? —Preguntó.
—Como pudo observar
ayer, mi padre no me dejó participar en la entrevista que le hizo usted
a mi hermano y creo que tengo información que podría serle útil en su
investigación.
—Le escucho.
—Bien. Primeramente, quería asegurarme de si sabe usted si
está realizando la búsqueda de la persona que mató Luisa Suárez en el lugar
adecuado, es decir, básicamente vengo a explicarle de la forma más clara
posible que lo que a mi familia respecta, somos inocentes. Metales Villanueva
nada tiene que ver con la desaparición y muerte de esa mujer. Creo que mi padre
se lo ha dejado bastante claro, pero por si todavía le quedan dudas, me ofrezco
voluntaria para proporcionarle toda clase de datos que le puedan ser de
utilidad.
— Se lo agradezco mucho señorita Villanueva — dijo el
inspector un tanto incrédulo ante el tono autoritario de la chica. — ¿Podría
decirme si usted tenía algún tipo de relación con la fallecida?
A Cecilia esa
pregunta le pilló totalmente desprevenida. — Fuimos amigas durante un tiempo —
Respondió secamente. Al ver que el hombre esperaba en silencio continuó
hablando. — Conocí a Luisa hace unos tres años cuando empezaron a tramitar la
publicación de su libro. Ella y yo no éramos tan diferentes ¿Sabe? Dos mujeres
que aspiran a sueños casi imposibles en un mundo de hombres y una época de
posguerra. Manteníamos una buena relación que continuaba por correspondencia
cuando pude irme a estudiar a Francia.
— ¿Conserva aún esas cartas?
—No — respondió tajante.
—Desde su punto de vista, ¿Qué relación mantenía con su
hermano?
— No me gusta meterme en las relaciones personales, señor,
creo que eso es algo de cada uno pero en mi opinión, estuvieron enamorados un
tiempo. Años quizás. No obstante, mi hermano pasó mucho tiempo fuera de casa y
ella se comprometió con otro hombre. Esas cosas a veces superan al amor más
fuerte.
— ¿Conoce al que iba
a ser el marido de su amiga?
—No. Nunca hablaba de él. Puede que ni si quiera la tratara
bien. Eso es algo que nunca llegó a contarme.
— ¿Y no se preocupaba usted?
—En absoluto. Luisa era una mujer fuerte que sabía cuidarse
sola.
—Parece que no le fue muy bien.
—Uno nunca sabe en qué momento la vida le va a sorprender.
—Cierto. ¿Y qué me dice de sus tíos? Era los… digamos,
mecenas de la joven. ¿No es extraño que se hayan ofrecido a avalarla sin
recibir nada a cambio?
—Creo que esa es una pregunta un tanto grosera por su parte.
Mi familia tiene una enorme fortuna. Para ellos respaldar a esa chica no era
más que otro de sus negocios y, por supuesto, terminarían recibiendo beneficios
económicos ¿Acaso no sabe la cantidad dinero que aportará esa novela a su
patrimonio? No solo por su revolucionario argumento o porque esté escrito por
una mujer y eso cause una gran conmoción en los tiempos que corren, ahora que
su autora ha muerto de forma trágica el libro se vende como churros.
—Interesante… Esto sitúa, señorita, a sus tíos en una
posición complicada. Tal vez sean los más beneficiados por la muerte de la
joven y casualmente ahora se encuentran fuera del país.
La chica dio un respingo — No es conveniente para un perro
morder la mano que le da de comer —
respondió —Las cosas a veces no
son lo que parecen. Dese cuenta de que ha pasado algo más de un año desde la
publicación de la novela y muchas cosas en la vida de Luisa habían cambiado. Si
yo fuera usted, hágame caso, investigue a algún familiar de la joven o bien al
que estuvo a punto de ser su marido. Mi familia no ha tenido nada que ver. He
venido aquí para salvaguardar su honor —tomó aire — .Y una cosa más, le ruego
no le diga a mi padre que hemos tenido esta conversación. Le daré todas las
pruebas que necesite y pueda conseguir pero, no me gustaría verle por nuestras
oficinas más de lo necesario. Le voy a estar vigilando y no se deje guiar por
mi juventud. Sólo le aviso de que mi padre es la persona más comprensiva y
paciente en comparación conmigo.
Dicho esto se levantó
de la silla y se dirigió hacia la salida. Gonzalo, que había permanecido de pie
al fondo de la estancia le abrió la puerta y ambos se miraron un momento.
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