El nudo en la garganta de Juan se hacía cada vez más grande.
¿Por qué Luisa no le había dicho nada sobre su boda? Revisó todas y cada una de
las cartas que le había enviado aquel semestre y en ninguna de ellas se hacía
alusión a “boda”, “novio”, “flores” o cualquier cosa relacionada con el tema.
Se maldijo a sí mismo. Quizá era culpa suya, puede que no le hubiese prestado
atención suficiente y ahora la hubiera perdido. A pesar de la obsesión que
todos decían que sentía por la joven, la realidad era que Juan ocupaba gran
parte de su tiempo en sus propios proyectos personales. Aquel último año había
viajado cuando los exámenes y trabajos se lo habían permitido, había visitado
personalmente y a escondidas de su padre a muchos de sus socios e incluso a
alguno de sus rivales mientras pensaba si su propósito final sería unirse a
todos ellos en favor de la empresa o destruirle a él. Luisa rondaba su cabeza
de vez en cuando, pero Juan tenía ideas propias. Debía tenerlas, sobre todo
desde que el futuro de él, en cierto modo había quedado vinculado al de la
chica: Si el libro se publicaba, Juan asumiría su puesto al frente de la
compañía, aquel era el trato que había hecho con su padre a espaldas de la
chica. Había sido una decisión dura que había consultado con su tío Miguel y no
le quedó más remedio que aceptar pues, si Fernando Villanueva se proponía
hundirla, lo conseguiría. La felicidad de Luisa estaba en sus manos y,
sinceramente, pensaba que aquella novela podría traer consigo más cosas buenas
que malas. Respecto a lo de continuar en el negocio, Miguel le había prometido
que hallarían una solución, ahora que su hermana estaba estudiando, si en unos
años demostraba que era suficientemente capaz, quizás el corazón cada vez más
viejo y arrugado de su padre terminase por ablandarse y entrar en razón
permitiéndole liderar la compañía.
Aquella mañana
todos los planes de Juan se habían ido al traste. Estaba tumbado en el jardín a
la sombra de un árbol, cuando su tía Pilar apareció.
—Veo que te has enterado del matrimonio de Luisa.
— ¿Tú también lo sabías?
—Todo el pueblo lo sabe. Y ahora que su novela va a salir a
la luz, son la comidilla de los vecinos.
—Vaya.
—Pero no te creas, Luisa no está especialmente contenta. Su
futuro marido no la apoya. Y no creo que haya leído en su vida un miserable
libro. No se imagina lo que significará para ella ser una de las primeras
autoras en el país, el hombre piensa que una vez que se le pase el capricho
será igual de tonta que todas las demás.
—Pues, conociendo a Luisa, lo lleva claro. Lo que yo no
entiendo es por qué se casa con él. ¿Acaso le quiere?
— Los sentimientos pueden ser tan misteriosos…
—Venga tía, no te pongas mística.
Pilar se rió. — Será mejor que se lo preguntes a ella.
Vendrá a vernos ésta tarde a a tu tío y a mí aprovechando que tu padre no
volverá hasta la noche. Quizá podáis hablar un rato.
Y así fue. Unas
horas más tarde, la joven atravesaba el sendero que llevaba hasta la magnífica
casa. Saludó a Miguel y a su esposa y se sentaron los tres en una mesa.
—Los trámites van viento en popa — dijo Miguel contento
cogiendo una galleta para remojarla en su café.
— El libro ya está en la imprenta. En solo unos días verá la
luz.
—Va a ser todo un escándalo.
Luisa sonrió — ¿Creéis que tendrá buena acogida?
—Desde luego que sí. A todas las mujeres les encantan las
historias de amor y a los hombres les entusiasma un buen misterio.
— Me refiero al hecho de ser yo la autora.
—La verdad, tendrás que soportar de todo, Luisa. Habrá gente
a quien le fascinen tú y tu forma de escribir. Otros te criticarán hasta que se
les caiga la lengua. Lo que tienes que pensar es si eres feliz con lo que
haces. Además, serás un ejemplo a seguir para muchas chicas.
—Eso me consuela mucho, gracias.
Más tarde, Juan
apareció en la estancia. Saludó a sus tíos y a Luisa con seriedad. Éstos,
discretamente pusieron una excusa para irse y dejarles solos.
— ¿Te parece bien si damos un paseo?
El jardín que rodeaba
la casa era enorme. Tenía hasta un pequeño bosquecillo y una fuente de piedra.
Paloma se encargaba de cuidarlo personalmente y de asegurarse de que no tuviera
ningún defecto.
Después de media
hora de conversación poniéndose al día de las cosas que habían hecho en los
últimos seis meses, Juan no pudo aguantar más.
—De verdad que no entiendo qué le ves a Alejandro. Por más
que lo pienso, no me entra en la cabeza.
—Es un hombre muy inteligente — respondió mirándole
fijamente.
El chico la miró atónito y casi sintió que se mareaba. ¿Cómo
iba a ser inteligente alguien que en la lista de pedidos de la tienda
escribía “Acen falta ielo”? De pronto la
chica estalló en una carcajada.
— ¿De qué te ríes?
—De tu cara.
—¡No me hace ninguna gracia! No eres la misma de la que me
despedí hace unos meses — protestó enfadado.
Ella se puso seria. — ¿Te crees que a mí me hace gracia
casarme con ese cenutrio? ¡Soy yo la que va a tener que convivir con él!
—No entiendo por qué te tienes que casar con él.
—No me queda otra. Mi padre me lo ha puesto como condición
para que publique el libro. Dice que es la única forma de que me convierta en
una mujer medianamente respetada. Mi matrimonio hará efecto colchón al caos que
producirá la publicación.
—Los padres y sus condiciones — Murmuró Juan
— ¿Qué?
—Nada…— suspiró — Tu
padre siempre ha sido un hombre justo.
—Y lo sigue siendo, pero ve que además mi hermana pequeña se
va a casar antes que yo y eso, también es una deshonra.
— ¿Estamos acaso en la edad media?
—Lo parece — dijo apenada.
— ¿Por qué no me contaste nada?
— No quería disgustarte. Además tenías que sacar un buen
curso y sabía que esto te distraería. No quiero que renuncies a tus sueños por
mí. Se lo que has trabajado éste año. Además de tus cartas, tus tíos me han
contado cosas sobre tus viajes y tus hazañas por el extranjero. Eso confirma mi
teoría.
— ¿Qué teoría?
—Que eres brillante, Juan.
— Ambos sonrieron y se miraron fijamente unos segundos.
—Tengo otra pregunta ¿Por qué hoy se te veía tan contenta?
—Sabía que era el día de tu llegada.
Guardaron unos
instantes de silencio antes de que el chico lo rompiera de nuevo.
— ¿Te trata bien?
—Define “Bien”
—Te… ¿te pega?
El rostro de Luisa se ensombreció — Lo intenta, aunque soy
más rápida que él.
— ¡¿Qué?! — Gritó alarmado y furioso.
—Ésta mañana. Después de que te fueras, en un segundo en el
que nos quedamos solos me dijo que no me acercase a ti y que quitase esa
estúpida sonrisa que se me pone cuando apareces. Intentó golpearme, pero soy más ágil que él y
me aparté.
— ¡Le romperé todos los dientes!
— Y luego intentará rompérmelos él a mí, así que ni lo
intentes.
— ¿Lo saben tus padres?
—No. Pero ¿Qué más da? Hoy día, cuando suceden estas cosas
se entiende que es culpa de la mujer. Si también los golpes que me pueda dar se
hiciesen públicos serían nada menos que otra forma más de humillarme.
Se quedaron callados
un rato contemplando un cielo que se iba haciendo cada vez más oscuro. Luisa apoyó la cabeza en el hombro de Juan.
—Como ves, me espera un futuro prometedor: Autora de éxito
cuestionable que solo ha publicado un libro porque que vive atada por su
marido.
—Eso no tiene por qué pasar.
—Tengo muchas probabilidades.
— A veces las estadísticas nos sorprenden. Además, hoy tú
has arruinado mis planes.
— ¿Yo? — dijo ella con tristeza.
Juan sacó del
bolsillo de la chaqueta la que había considerado la llave de su libertad. Ahora
no estaba seguro si podría abrir alguna puerta, pero si no lo intentaba…
— ¿Es un anillo?
—Iba a pedirte que te casaras conmigo. Pero un mendrugo se
me adelantó — intentó sonreír pero lo que en realidad salió de su boca fue una
mueca muy forzada — pensé que esta sería la solución todos nuestros problemas.
Llevo queriendo hacer esto años pero tenía que esperar a terminar mis estudios.
Juntos podríamos… no sé, yo te apoyaría en todo y tú me ayudarías a abandonar
la empresa de mi padre. Podríamos marcharnos a Europa, empezar una nueva vida.
Tú podrías seguir escribiendo y dar clases y yo me buscaría un trabajo ¡De lo
que sea! Algo que no pudiera dar de comer y… bueno, era sólo un sueño.
— ¡Pídemelo!
—Pero… ¡Ya estás prometida!
— ¡Da igual! ¡Pídemelo! Me comprometo contigo.
— ¿Vas a preparar tu boda con dos hombres?
—Pero sólo querré a uno
— ¿No será a Alejandro?
— ¡No! — dijo con una carcajada.
— ¿Y lo demás?
—Ya nos arreglaremos. Tenemos toda una vida por delante.
— Entonces ¿Quieres ca…?
Y antes de que
terminase de formular la pregunta, Luisa le
había respondido con un beso. Pero no un beso en la mejilla como había hecho años atrás. Le besó los labios
suave y lentamente. No una, sino muchas veces. Juan perdió la noción del tiempo
y pensó, por primera vez en su vida, que la felicidad tenía que ser aquello y si
no, debía de estar muy cerca de alcanzarla.
Entre beso y beso,
ninguno de los dos se percató de que, entre las sombras, alguien les observaba
y no estaba contento, nada contento.
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