— ¿Pero no lo ves, Gonzalo? —Vociferaba el inspector en
comisaría aquella tarde.
— Lo veo, señor. Veo el libro porque lleva usted
gesticulando con él en la mano durante los últimos veinte minutos. Pero no
comparto su opinión.
—Esta novela cuanta la historia de cómo se creó Metales
Villanueva con todo lujo de detalles.
—Pero no pone nombres.
—Pero hombre, por Dios — suspiró secándose el sudor de la
frente — ¡Utiliza pseudónimos! He pasado la mañana buscando a personas de la
generación de Fernando Villanueva I y, a pesar de que la búsqueda ha sido muy
infructuosa dado que el hombre ahora tendría casi cien años y prácticamente
ningún anciano tan longevo ha sobrevivido a la guerra, los hijos sí que
recordaban el relato contado por sus padres: la historia de cómo se fundó el
gran imperio que hizo resurgir a nuestra Villa.
—Pero lo que no entiendo es, si todo el mundo conocía ya esa
narración ¿Qué es lo que la ha hecho tan famosa?
—El pueblo conoce la parte romántica: El hombre que persigue
su sueño y lucha contra viento y marea en busca de un futuro mejor para los
suyos. Pero lo que era ignorado hasta ahora son las frivolidades y los negocios
sucios que Fernando Villanueva, padre e hijo, se han traído entre manos durante
todos estos años y que esta joven escritora ha gritado a los cuatro vientos.
—Pero señor, según las cartas que Luisa le enviaba a Juan
Villanueva podemos determinar que les unía una gran amistad. Es posible que el
chico le hablara de su familia y ella, con su imaginación de escritora, se
inventase lo demás. Por eso el rechazo que su padre sentía hacia ella, porque
aunque la historia no era la misma, las personas de los alrededores podrían
pensar lo contrario. Y lo que es peor, sus socios, sus competidores, sus
acreedores… Esa novela podría caer en sus manos y, de hecho, seguramente lo
hizo sembrando lo peor para un carismático hombre de negocios: la desconfianza.
— Una tesis muy elaborada, Gonzalo. Y bien pensado, pero se
de lo que hablo — respondió descolgando el teléfono.
— ¿Qué hace? —preguntó el joven alarmado.
—Llamo al juez. Voy a pedirle una orden de registro.
— ¿Para la compañía? ¡Eso es de locos! Ni siquiera tenemos
agentes suficientes para registrar la empresa entera. Podríamos tardar meses,
eso por no hablar de las penosas consecuencias que podría traer si no
encontrásemos nada.
—Tranquilo chico —Dijo levantando el auricular y haciendo
girar la rueda del teléfono —, la orden será solo para el despacho de Juan y,
con un poco de suerte también para sus habitaciones personales en su lugar de
residencia privada.
—Creo que no le interesaría tener a Juan Villanueva en su
contra, señor — replicó con mucha seriedad.
El inspector miró gélidamente a su subordinado —Creo,
Gonzalo, que a quién no le interesa tener a la policía en su contra es a él.
Dime una cosa, ¿Has leído el libro?
—Hace tiempo. Antes de este trágico suceso un compañero me
lo prestó pero lo he revisado estos días por su pudiéramos obtener alguna
pista.
— ¿Y no hay nada que te haya llamado especialmente la atención?
—Bueno… conociendo ahora la extraña amistad que unía a los
dos jóvenes, he llegado a la conclusión de que tal vez ella utilizó la
literatura como vía de escape. Quiero decir, en la novela también hay una
historia de amor imposible y, si bien Luisa y Juan no han podido estar juntos
en la realidad, pasarán a la historia como una pareja de amantes literarios. Al
fin y al cabo, esa es una de las funciones de la literatura ¿No? La de hacer
posible lo imposible.
—Muy bonito ¿Pero no te sorprende que al final la chica
protagonista muere?
—No me ha parecido un factor especialmente relevante, dado
que en todas las historias de misterios y corrupción siempre hay alguien que
paga el pato — se encogió de hombros.
El hombre negó con la cabeza — Josefina, el personaje
estrella de la novela, termina su vida precipitándose por un barranco. Y
¿Recuerdas qué fue lo que quedó de ella?
—Solo un zapato.
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