— ¿Juez Noriega? Soy el Inspector Sierra — dijo el hombre
presentándose en el despacho del anciano juez y estrechándole la mano —
.Gracias por recibirme a estas horas de la noche.
—Deduzco que ha de tratarse de algo de suma importancia.
—Así es. Como le expliqué brevemente por teléfono, vengo a
pedirle una orden de registro para Juan Villanueva.
El hombre se quitó las gafas y dejándolas encima de la mesa
pasó los dedos por sus cejas de forma pausada. — ¿Usted sabe de lo que está
hablando? No puedo darle esa orden así como así. La familia de esos magnates
hace que nuestra villa siga de una pieza y se recupere poco a poco después de
la guerra.
—Pero…
—Pero pueden pasar dos cosas, inspector. Que la familia
Villanueva se sienta sumamente ofendida por la realización de un registro en
las instalaciones de su compañía y en su residencia privada y por lo tanto y,
por culpa de la humillación, decida trasladarse a otro lugar, o bien que usted
no encuentre nada sospechosos y yo sea destituido de mi cargo por
incompetencia.
— ¿Y si encontramos algo? — Le interrumpió.
—En cualquier caso, malo para Villanueva y malo para
nosotros ¿No se da cuenta? Especialmente para usted. No sólo su carrera se
vería gravemente perjudicada si no que levantaría el odio de los ciudadanos si
muerde la mano que les da de comer.
—Señor Noriega, apelo a su sentido de la justicia ¡Una joven
ha desaparecido! Probablemente esté muerta.
— ¿Tienen su cuerpo?
—No…
— ¿Alguna prueba irrefutable?
—Tenemos un zapato.
— Un zapato que podría ser de cualquier señorita descuidada,
mientras que su supuesta víctima podría, simplemente, haberse fugado simulando
su muerte.
— ¿Por qué habría de hacer eso? — protestó — He visto el desconsuelo de su familia.
—Corren tiempos oscuros, inspector. Acabamos de salir de una
guerra, el país aún está resentido y muchas personas continúan desapareciendo
cada día.
El policía suspiró — Veo que no voy a conseguir nada de esta
visita, ¿Verdad?
—Tráigame algo mejor que ese zapato y prometo pensarme lo
del registro. Eso es todo.
El inspector Sierra
llegó a casa con la moral por los suelos. Llevaba casi una semana trabajando en
el caso y no tenía nada más que un zapato negro que, ciertamente podría
pertenecer a cualquier chica. Sentado en su desgastado sofá del salón, casi no
se percató cuando Marieta apareció a su lado. La miró con tristeza.
—Creo que estoy perdiendo facultades.
Ella le cogió la mano y sonrió. — Siempre dices lo mismo.
Cada vez que una investigación se complica, justo en el ecuador, afirmas que ya
no puedes más o que no vas a ser capaz de resolverlo.
— ¡Eso no es cierto!
La mujer arqueó las cejas antes de soltar una carcajada. —
¿Recuerdas cuando quisiste abandonar el caso del asesinato de aquellos niños?
¿Y el robo de aquellas joyas a las que parecía habérselas tragado la tierra?
¡Los resolviste!
—Supongo que tuve suerte —Suspiró pensativo.
—Utilizaste tu instinto o ese don natural que tienes o que
se yo… La conclusión es que esta vez será igual. Estoy segura. Hoy necesitas
descansar y mañana lo verás todo con otros ojos.
Aquella noche no
pudo dormir. Al contrario de lo que opinaba su mujer, él no tenía un don. Tal
vez algo de intuición, pero no más. Si había resuelto aquellos casos en el
pasado, gracias a los que había logrado considerables ascensos, fue debido a la
utilización métodos poco ortodoxos. No estaba orgulloso, pero él creía en la
justicia. Creía que cada cual debe pagar por sus pecados y, basándose en este
principio, se había llegado a convencer de que el fin justifica los medios.
Marieta no le conocía bien, sonrió en la oscuridad con amargura. Es verdad que
era afable y paciente con las víctimas y siempre intentaba utilizar el
razonamiento y la relación de hechos para esclarecer las complejas situaciones
que en ocasiones se le presentaban pero, cuando todo esto fallaba optaba por
saltarse leyes y procedimientos y tomarse la justica por su mano. “Un hombre
tiene que hacer lo que tiene que hacer” y así, a base de violencia y sobornos
indagaba en la vida de sus sospechosos. Ninguno le delataría jamás pues todos
temen no solo por su vida, sino por la seguridad de sus familias.
Su astucia y sangre fría,
fue lo que le ayudó a sobrevivir en la guerra y también pensó, lo que le
ayudaría a resolver el entuerto de Luisa Suárez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario