martes, 27 de octubre de 2015

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 9

El camino era pedregoso y algo empinado. Subió a duras penas con su pierna de madera y apoyado en su bastón. Se sentía como un anciano y lo detestaba. Aquella era una ruta habitual por las familias y los jóvenes. En los días soleados de primavera, solían ir a comer en la pequeña pradera que había justo antes de llegar a la casita del farero. En aquel momento hacía viento y junto con el cielo gris y amenazando lluvia, la zona estaba totalmente desierta.

  No vio nada extraño durante el trayecto a pesar de ir observando minuciosamente todo el camino. Tampoco se sorprendió. Había pasado casi un día desde la tragedia y todo rastro de la joven podría haberse borrado o sido eliminado por un encubridor del delito. Anotó en su cuaderno esa posibilidad. Veinte minutos de caminata más tarde, divisó a un hombre muy anciano y se acercó a él.

— ¡Inspector Sierra! — exclamó — ¿Cómo usted por aquí?

Se sorprendió de que el farero le reconociera. — ¡Buenas tardes señor! — dijo con tono afable —. Estoy investigando la muerte de una joven.

— ¿En esta zona?

— Según mis hombres su cuerpo cayó por el precipicio que hay justo debajo del faro. Lo que aún no sabemos es cómo ha podido suceder.

— ¿Y quién es la joven?

—Luisa Suárez ¿La conoce?

— ¿Qué si la conozco? ¡Claro que sí! Y qué quiere que le diga, que Dios me perdone pero casi hasta me alegro de que hubiera muerto — el inspector se sorprendió ante el comentario —. Mujeres así deberían ser castigadas. ¿Dónde se ha visto que una mujer pueda hacer otra cosa además de cuidar la casa y a los hijos? Ese libro que ha publicado es una basura.

— ¿Lo ha leído?

— ¿Y para qué iba a hacerlo? ¡No me hace falta! — Dichos una serie de improperios más escupió al suelo con enfado.

— ¿La ha visto por aquí últimamente? — preguntó.

—Estuvo hace unos cuatro o cinco días con un joven. Parecía el tal Villanueva. Ya le digo yo que esa chica no me parece trigo limpio. A saber lo que haría con ese fulano — volvió a escupir. — Estuvieron almorzando cerca de aquel árbol de allí.

— ¿Se quedaron mucho rato?

—No lo sé. Había mucha gente y me molesta el ruido, por lo que volví a mi casa a echarme un poco. Cuando volví a salir ya se habían ido.

— ¿Y hace dos noches? ¿Vio u oyó a alguien por los alrededores?

—No señor. Nada. Pero también le digo que hace dos noches tenía otra de mis jaquecas y reconozco no haber vigilado demasiado la zona. Y sabe, con la edad…

  El inspector pensó que las jaquecas debían producirse más por exceso de whisky que por exceso de años.

—Muchas gracias — dijo —, me ha sido de gran ayuda. Si no le importa daré una vuelta por los alrededores.

—De acuerdo pero yo que usted dejaría esta investigación y me iría a mi casa. A quién le importa lo que la haya pasado a esa…

  El inspector ya no escuchaba, disgustado por los improperios hacia la mujer Se dirigió hacia el pequeño faro de color blanco y contempló el panorama. Intentó imaginarse la escena y se asomó al precipicio con precaución. Miró hacía abajo y vio una tremenda caída. Posiblemente la chica habría muerto antes de impactar contra el mar. Eso si no se hubiera dado un golpe contra alguno de los salientes rocosos. Se tumbó en la maleza y asomó la cabeza para observar mejor, con tanta suerte que debido a lo baja que estaba la marea vio en una roca algo que parecía un zapato. Después de observar un rato corroboró su primera impresión. Exacto. Era un zapato de mujer. Parecía de color negro pero no habría podido decir más. Era imposible descender hasta donde estaba así que tendría que conformarse con la información que su vista y sus deducciones le proporcionaban. Esperaba que ese zapato fuera de Luisa. Le parecía muy raro que a cualquier otra dama se le hubiera caído uno accidentalmente y justo cuando ésta desaparece.

   Optimista con su nuevo hallazgo se dirigió a la comisaría. Al menos había podido contrastar, aunque fuera en escasa medida la versión de los marineros. Ciertamente, Luisa parecía haberse caído por aquel precipicio.


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