lunes, 25 de enero de 2016

CARTAS PARA JUAN - CAPÍTULO 22


  Hazla pasar Gonzalo, por favor  — dichas estas palabras apareció por la puerta una joven de deslumbrante belleza. Cecilia Villanueva se hallaba delante de él con el aire de superioridad y cierta arrogancia, que le caracterizaba pese a su juventud. La había visto la tarde anterior en el despacho de su hermano, pero allí, en medio de su rústica oficina parecía un ser totalmente fuera de lugar. A pesar de todo no parecía sentirse en absoluto incómoda, más bien era el propio inspector quien estaba un poco abochornado por el desorden y el olor a cerrado con el que la recibía. Apartó un montón de papeles de una silla y la invitó a sentarse.
— ¿A qué debo su visita? —Preguntó.
—Como pudo observar  ayer, mi padre no me dejó participar en la entrevista que le hizo usted a mi hermano y creo que tengo información que podría serle útil en su investigación.
—Le escucho.
—Bien. Primeramente, quería asegurarme de si sabe usted si está realizando la búsqueda de la persona que mató Luisa Suárez en el lugar adecuado, es decir, básicamente vengo a explicarle de la forma más clara posible que lo que a mi familia respecta, somos inocentes. Metales Villanueva nada tiene que ver con la desaparición y muerte de esa mujer. Creo que mi padre se lo ha dejado bastante claro, pero por si todavía le quedan dudas, me ofrezco voluntaria para proporcionarle toda clase de datos que le puedan ser de utilidad.
— Se lo agradezco mucho señorita Villanueva — dijo el inspector un tanto incrédulo ante el tono autoritario de la chica. — ¿Podría decirme si usted tenía algún tipo de relación con la fallecida?
  A Cecilia esa pregunta le pilló totalmente desprevenida. — Fuimos amigas durante un tiempo — Respondió secamente. Al ver que el hombre esperaba en silencio continuó hablando. — Conocí a Luisa hace unos tres años cuando empezaron a tramitar la publicación de su libro. Ella y yo no éramos tan diferentes ¿Sabe? Dos mujeres que aspiran a sueños casi imposibles en un mundo de hombres y una época de posguerra. Manteníamos una buena relación que continuaba por correspondencia cuando pude irme a estudiar a Francia.
— ¿Conserva aún esas cartas?
—No — respondió tajante.
—Desde su punto de vista, ¿Qué relación mantenía con su hermano?
— No me gusta meterme en las relaciones personales, señor, creo que eso es algo de cada uno pero en mi opinión, estuvieron enamorados un tiempo. Años quizás. No obstante, mi hermano pasó mucho tiempo fuera de casa y ella se comprometió con otro hombre. Esas cosas a veces superan al amor más fuerte.
— ¿Conoce  al que iba a ser el marido de su amiga?
—No. Nunca hablaba de él. Puede que ni si quiera la tratara bien. Eso es algo que nunca llegó a contarme.
— ¿Y no se preocupaba usted?
—En absoluto. Luisa era una mujer fuerte que sabía cuidarse sola.
—Parece que no le fue muy bien.
—Uno nunca sabe en qué momento la vida le va a sorprender.
—Cierto. ¿Y qué me dice de sus tíos? Era los… digamos, mecenas de la joven. ¿No es extraño que se hayan ofrecido a avalarla sin recibir nada a cambio?
—Creo que esa es una pregunta un tanto grosera por su parte. Mi familia tiene una enorme fortuna. Para ellos respaldar a esa chica no era más que otro de sus negocios y, por supuesto, terminarían recibiendo beneficios económicos ¿Acaso no sabe la cantidad dinero que aportará esa novela a su patrimonio? No solo por su revolucionario argumento o porque esté escrito por una mujer y eso cause una gran conmoción en los tiempos que corren, ahora que su autora ha muerto de forma trágica el libro se vende como churros.
—Interesante… Esto sitúa, señorita, a sus tíos en una posición complicada. Tal vez sean los más beneficiados por la muerte de la joven y casualmente ahora se encuentran fuera del país.
La chica dio un respingo — No es conveniente para un perro morder la mano que le da de comer —  respondió  —Las cosas a veces no son lo que parecen. Dese cuenta de que ha pasado algo más de un año desde la publicación de la novela y muchas cosas en la vida de Luisa habían cambiado. Si yo fuera usted, hágame caso, investigue a algún familiar de la joven o bien al que estuvo a punto de ser su marido. Mi familia no ha tenido nada que ver. He venido aquí para salvaguardar su honor —tomó aire — .Y una cosa más, le ruego no le diga a mi padre que hemos tenido esta conversación. Le daré todas las pruebas que necesite y pueda conseguir pero, no me gustaría verle por nuestras oficinas más de lo necesario. Le voy a estar vigilando y no se deje guiar por mi juventud. Sólo le aviso de que mi padre es la persona más comprensiva y paciente en comparación conmigo.
  Dicho esto se levantó de la silla y se dirigió hacia la salida. Gonzalo, que había permanecido de pie al fondo de la estancia le abrió la puerta y ambos se miraron un momento.

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