Nueve años antes, en 1936…
—Si te mueves no va a dejar de sangrarte la nariz — decía
Luisa preocupada.
— ¡Me haces daño!
— ¿Pero qué clase de hombre eres tú?
—Uno al que le duele mucho la nariz — protestó Juan
intentando disimular las lágrimas que asomaban por sus ojos.
—Hale, ya está. Ahora sujétate bien el pañuelo y echa la
cabeza hacia atrás. No entiendo por qué has tenido que pegarte con aquel chico.
—Tú no lo entenderías Luisa, son cosas de hombres… ¡AYYY!
—No te lo estabas sujetando bien — reprendió ésta riéndose y
tumbándose sobre la hierba.
Era una tarde de
primavera en uno de esos días en los que puede llegar a hacer mucho calor y por
las noches un frío invernal. Los dos jóvenes se resguardaban de las altas
temperaturas bajo la sombra de un árbol. Aquel domingo la pradera que precedía
al faro estaba llena de gente. Familias enteras y amigos disfrutaban viendo a
sus hijos corretear por el césped, ajenos a las revueltas del país. Tal vez no
volvieran a tener demasiadas oportunidades para repetir aquellos momentos de
paz y tranquilidad.
— ¿Entonces no vas a contarme por qué te ha dejado la nariz
así?
—No y no has visto como ha quedado su ojo.
—Me lo puedo imaginar… Y también me hago una idea de cómo se
va a poner tu padre cuando te vea llegar a casa en ese estado.
— Di que sí, tu échale más leña al fuego ¿Quieres? Mi padre
está insoportable últimamente.
— ¿Habéis discutido otra vez?
— ¿Cuándo no discutimos? Estoy harto de sus sermones. No
quiero ir a esa universidad. Se lo he dicho mil veces.
—Aún te quedan un año para marcharte. Las cosas pueden
cambiar en ese tiempo, sobre todo, viendo cómo está la situación política —
suspiró.
—Ya sabes como es mi padre. No cambiará de opinión ni aunque
vinieran cinco guerras — rió.
— ¡No bromees con eso!
—Lo siento…
—Juan, te espera un futuro asombroso.
—Pues te lo cambio —dijo enfurruñado. El rostro de la chica se ensombreció,
entonces lamentó sus palabras.
—Aceptaría encantada — respondió con una sonrisa forzada —,
pero no puede ser. Solo trato de decirte que aproveches la oportunidad que
tienes.
—Luisa, yo no quiero una vida como la de mi padre. Trabaja
de sol a sol y no mira para su mujer y sus hijos. Excepto para castigarme,
claro No quiero ser como él. Yo quiero… quiero…
— ¿Si?
— ¿Me creerías si te digo que quiero ser médico?
—Es una profesión muy respetable.
—Mi padre me da la oportunidad de estudiar, pero siento que
estaré desperdiciando mi vida y mi tiempo haciendo algo que no me gusta. Creo
que podría llegar a ser un buen doctor si me dejase....
—No lo dudo.
—Y quiero un trabajo que me permita ser con mis hijos el
padre que el mío no fue conmigo y poder darles la oportunidad de ser lo que
quieran. — A la chica aquel le pareció un comentario demasiado maduro para un
muchacho de diecisiete años y se extrañó — casi lo que sea antes que tener que
dirigir esa maldita empresa.
—Siempre podrías delegar.
—Me mataría.
— ¿Por qué no trabajas con tu tío? Aun estudiando una
ingeniería podrías tener un buen trabajo y mucho más sencillo.
— Por la misma razón.
— suspiró. Luisa contempló sus ojos oscuros y… su nariz hinchada y
ensangrentada — ¿Y tú qué?
— ¿Yo? ¿Qué futuro me espera a mí? Casarme, tener hijos,
hacer todas esas cosas de provecho que se espera de una mujer. Vivir una vida
vacía de cultura y conocimientos. ¿Sabes? Por las noches leo a escondidas los
viejos libros que mi abuelo tenía guardados en el desván.
— ¿Ah sí?
—Sí. “La vuelta al mundo en ochenta días” de Julio Verne,
“Los tres mosqueteros” de Alejandro dumas, las obras de Víctor Hugo… ¡Son
fantásticas! Pero mi padre dice que no son para niñas.
—Tu padre es un buen hombre.
—Pero es antiguo…
espero poder convencerle algún día y obtener su permiso para estudiar y
ser maestra. Eso sí, tendré que trabajar mucho para contribuir a pagármelo.
— Eres la primera chica que conozco que quiera hacer algo
así. Eres excepcional.
—Gracias.
— ¿Me das un beso?
— ¡Ni hablar!
— ¿Por qué no?
— ¿No has visto lo feo que eres? Y ahora con esa nariz…
—Por favor…
—Bueno anda si me lo pides así. Cierra los ojos.
Entonces Juan
cerró los ojos con emoción y pronto notó como sus labios rozaban una
superficie… ¿Redondeada?
— ¿Una naranja? ¡¿Me has puesto a besar una naranja?!
— ¿Qué te creías? — Dijo la chica soltando una carcajada —.
Te compensaré con una galleta.
—Una galleta no sabe tan bien como un beso.
—Le pondremos mermelada entonces. Pero por favor, ten
cuidado con mi vestido nuevo…
Cuando a Juan se
le cayó un poquito de mermelada en el vestido de la chica creyó morir. Nunca la
había visto tan enfadada. Es más, Luisa no se enfadaba nunca. Aquella tarde
pudo haber acabado muy pero que muy mal gracias a ese pequeño incidente.
Emprendieron el
camino de vuelta a casa poco después cuando vieron a un chico con el ojo
morado. Se dispuso a abrir la boca para decir algo cuando Juan le interrumpió.
— ¿Qué ibas a decir? Porque te voy a dejar el otro ojo peor
que el que ya tienes y te recuerdo que yo solo tengo una nariz. — El muchacho
le lanzó una mirada furiosa y continuó su camino. De pronto se paró, miró atrás
y le gritó a Juan.
— ¡Por lo menos con esa nariz ya te he puesto igual de guapo
que la más fea del pueblo! — Dicho esto
echó a correr. Luisa agarró por un brazo
a su amigo antes de que pudiera escapar y perseguirle.
— ¿Por eso le habías pegado? ¿Por llamarme fea? No deberías
de preocuparte por esas cosas. Estoy acostumbrada. — Sonrió con tristeza y
siguió andando.
—Tú no eres fea. Eres guapa. — dijo sonrojándose y notando
como su voz sonaba más aguda y torpe de lo que tenía pensado. Le parecía
imposible que la joven no viese en sí misma la belleza que percibía él. Sólo
hacía falta una sonrisa de la chica para que se perdiese al hablar y unas
palabras dulces para que pensara en ella todo el día.
De pronto Luisa se
acercó y suavemente le dio un beso en la mejilla. No era lo que él esperaba
pero quizá por eso le había gustado tanto, al fin y al cabo, un comienzo es un
comienzo.
Como era de
esperar, aquella noche a Juan le cayó una tremenda regañina por parte de su
padre por volver a casa con la nariz en semejante estado pero, por primera vez,
no le importó. Sentía la cara caliente y no era por la bofetada que le había
dado el hombre, ni por el puñetazo que le habían pegado hacía unas horas.
Sentía un calor totalmente distinto.
El país entero recordaría aquel dieciocho de
julio por el día en que España se dividió en dos. Juan, en cambio, lo
recordaría como el primer día de su vida.
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