Los dos hombres
abandonaron el edificio. Algo extraño hubo en aquella entrevista. Quizá la
familia estaba ocultando algo. La que más había hablado y gracias a la cual
sentía que iba investigando por el buen camino, era la hermana menor de la
joven. Sus padres en cambio le habían dado respuestas escuetas y sin demasiadas
explicaciones. Podrían estar encubriendo algún tipo de secreto. Su hija había
fallecido, por lo que debía de tratarse de algo muy gordo. Quizá algo que
tuviera que ver con su relación con Villanueva y la compañía. Quizás Luisa
aspirase a algo mejor que ser una simple maestra. Puede que fuera una mujer que
tuviera pensado trepar hasta arruinar a la poderosa familia. Pensó que era
difícil, pero por otro lado, con estas cosas, mejor dudar hasta de la propia
sombra de uno y, sobre todo hacerle caso a las corazonadas. Aún no había
comenzado a leer el libro publicado por la joven. Debía hacerlo pronto. Tal
vez su contenido revelase algún motivo
que pudiera justificar su desaparición.
A continuación,
entraron en la destartalada pescadería donde trabajaba el antiguo prometido de
Luisa. Alejandro Ramos estaba apilando cajas con sardinas, lenguados y
distintas variedades de pescado. Era un joven de no muy alta estatura y pelo
negro como el azabache. Tenía una fría mirada gris.
— ¿Puedo hacer algo por ustedes? — preguntó algo alarmado al ver las placas de policía.
—Buenos días. Soy el inspector Sierra y este es mi agente,
Gonzalo Vega. Sabemos que usted conocía a Luisa Suárez. Estamos investigando la
causa de su reciente fallecimiento y me gustaría hacerle algunas preguntas.
—No pensarán que yo la maté ¿verdad? — preguntó alarmado.
—Solo venimos a contrastar datos — dijo el inspector con
cautela.
—Porque yo no tengo nada que ver. Pueden registrarme a mí,
mi casa, el negocio de mi padre… pero soy inocente.
— De acuerdo, de acuerdo — trató de tranquilizarle el
inspector sorprendido por tanta preocupación. — ¿Puede decirme usted qué
relación mantenía con la joven?
—Pues, en teoría, íbamos a casarnos.
— ¿En teoría?
—Sí, qué quiere que le diga, con perdón por la fallecida,
pero como novia era horrorosa. Nunca quería pasar tiempo conmigo, me hacía
sentir como un estorbo a su lado. Me hablaba de cosas que ni siquiera entendía
y no le interesaban mis famosas anécdotas sobre los distintos tipos de
sardinas, ni mis méritos en la pesca. Me criticaba por ser un hombre y no saber
geografía ¿Qué me importa a mí donde estén América o China o Kotio? — dijo con
amargura retorciendo el pescuezo de un atún.
—Tokio.
—Eso. ¿Qué más da?
—Veo que eran ustedes personas muy distintas.
—Cierto. Mi padre me engañó. Me dijo que sería una esposa
perfecta y yo le creí. Pensé que era como su hermana. ¡Menuda suerte tuvo el
tal Francisco! Se ha casado con la mejor mujer del pueblo y a mí me hubiera
tocado el bicho más raro del lugar. Al menos con los años se había convertido
en una de las más guapas, en mi opinión. Qué quiere que le diga, no me alegro
de su muerte ni mucho menos, yo la quería ¿Sabe? A mi manera. Puse todo de mi
parte para que las cosas fueran bien y me apenó enormemente la tragedia. Pero
ahora me siento liberado. Encontraré a otra chica, una más simple. Que planche
y cocine bien y que sepa limpiar la escopeta para cuando quiera ir a cazar
jabalíes.
—Entiendo… Y una última cosa ¿Sabía usted algo de la
relación que tenía con el señor Juan Villanueva? — El inspector observó como
Alejandro apretaba los puños torturando al desgraciado pescado que tenía en sus
manos.
—Ese Villanueva es despreciable. No sé qué tipo de relación
tenían pero no me gustaba nada. Se conocían desde hacía varios años. Una vez,
siendo jóvenes, me pegué con él. Le rompí la nariz. Años más tarde vi, y le
digo sinceramente que con satisfacción, como me miraba con rabia al enterarse
de que Luisa y yo estábamos prometidos. Entonces me sentí más poderoso que él
y, sabe usted que eso es muy difícil. Sólo hubo una cosa que me hizo descender
de mi nube.
— ¿Cuál?
—Que ella no era la misma cuando le miraba. Ni cuando
hablaban. Si Villanueva aparecía, se le iluminaba la cara, como si hubiera
encontrado el mayor tesoro jamás visto. Como si fuera lo más feliz que hubiera
pisado la tierra. Y él lo mismo. Posiblemente de forma más discreta, pero no le
quitaba ojo. Me fijé muchas veces. Cuando Luisa volvía a dirigir la vista hacia
mí, tenía una sonrisa forzada en la cara, para no desagradarme, pero el resto
del tiempo estaba apagada. — suspiró. —
De vez en cuando se le ponía una sonrisa tonta en la cara, pero sabía de
sobra que no era por mí. Probablemente Juan hubiera aparecido en alguno de sus
pensamientos. Cómo odiaba esa sonrisa,
tanto que… — se quedó en silencio mientras los dos hombres le miraban con
expectación. — Le dije que si nos
casábamos le prohibiría ver a ese hombre. Entonces tuvimos una discusión muy
fuerte. ¿Tienen alguna pregunta más?
—Creo que es suficiente, gracias.
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